Una carta, siento las rodillas temblar.
-¿Qué dice papá?
Él me mira mudo, mudo de adentro. La pieza parece más oscura aún si es posible.
-¿Que dice, papá? -Sus ojos dicen no puedo.
Tomo la carta, la abro despacito, despacito. Por favor que esté presa, por favor que esté presa,
pienso.
Las letras de la carta son parejitas, como si fuera a maquina, letras redonditas y parejas, que leo
una a una. Es corta pero dicen todo, ella está viva y esta presa. Un fuego me sale de adentro, es
pura felicidad, salto y lo abrazo.
-¡Está viva, papá! ¡Está viva!
Sus ojos mudos se llenan de lágrimas.
-Pero, papá, es bueno que esté viva, en algún momento va a salir libre y la vamos a volver a ver, ¿te
das cuenta?
Me da la espalda y se acerca a la ventana.
-Cuando la conocí -me dice-, ella era jovencita, me acuerdo de sus dos cachos uno a cada lado. Le
gustaban las faldas plato, tenía una calipso y pasaba dándose vueltas para que se extendiera. La
primera vez que la besé y sentí sus labios ya me quise casar, pero quería terminar el colegio y ver
si podía hacerme un oficio. Ella, tan práctica, me dijo: “el que espera, desespera” y que lo único que
ella esperaba era la micro. Así que me casé. Éramos vírgenes los dos y sabíamos muy poco del
sexo, pero la primera vez fue maravillosa.
Lo miro avergonzada.
-Déjame terminar, lo hicimos mucho todo el tiempo, y sólo lo dejamos de hacer cuando te
esperaba a ti. Su cuerpo era mío. Era el único que lo había contemplado desnudo. Sólo yo conocía
sus cicatrices, sus curvas, sus dobleces. Ahora ellos también. La deben haber tocado, la deben
hacer usado, la conocen desnuda. No puedo, Carmen, perdóname, pero preferiría que estuviera
muerta.
Lo odio, no puedo mirarle a la cara, cómo puede pensar eso, mi mamá está viva. Entro al baño,
necesito tomar agua. Seguro que se volvió loco. Ella está viva y un día va a venir. Viejo idiota. Eso
pienso mientras escucho el ruido de los vidrios quebrándose y el impacto hueco del cuerpo contra
el suelo.